Píldoras de historia: La mesa en la antigüedad
Pienso a veces en lo que sería asistir a una de esstas "thermopolia" en una calurosa tarde pompeyana, y en una fría noche de invierno en Lugdunum.... ¿Qué pediría para comer? Pues no había arepa, ni podría pedir unas papas fritas porque no las conocían.... ¿Y si pedía tal vez una ensalada con tomates y aguacates? faltarían más de mil cuatrocientos años para que llegaran a Europa...Y entonces, ¿Qué comían?
La
comida es como un documento histórico, como un texto que revela la
relación de un pueblo con su entorno, su estructura social, sus capacidades
tecnológicas y sus valores culturales más profundos.
Este
píldora nos provocará un viaje mental, gastronómico, a través de cuatro de las
civilizaciones más influyentes de la antigüedad, explorando no solo lo que
comían, sino cómo transformaban los productos de la tierra en cultura, identidad y
legado.
Comencemos con Mesopotamia: La civilización mesopotámica floreció en
la tierra fértil entre los ríos Tigris y Éufrates, un entorno que propició la
primera agricultura a gran escala del mundo. Esta revolución agrícola fue el
cimiento sobre el que se construyeron las primeras ciudades, leyes y, por
supuesto, la primera gastronomía registrada. Los cultivos principales eran los
cereales, ya que, como otras grandes civilizaciones, iniciaron su camino hacia el neolítico domesticando cereales. En Mesopotamia, fué la cebada por su notable resistencia al calor y a los
suelos salinos de la región.
Junto a la cebada, se cultivaban trigo, mijo y
farro. La centralidad de estos granos era tal que la administración de las
ciudades-estado, como demuestra una tablilla del 1700 a.C. de Ngirsu,
llevaba registros meticulosos de las raciones de cebada distribuidas a la
población. Más allá de los cereales, la dieta se enriquecía con una variedad
de legumbres, frutas y verduras, como lentejas, garbanzos, cebollas, ajos e
higos.
En el sur de Mesopotamia, la palmera datilera era de una importancia
vital; no solo proporcionaba su fruto dulce y calórico, sino también una bebida
fermentada (vino de palma), y sus huesos se usaban como combustible. El
verdadero genio mesopotámico residió en su capacidad para dominar el entorno a
través de la tecnología. La invención de sistemas de irrigación complejos, con
canales, diques y compuertas, transformó la agricultura de una empresa precaria
en una fuente predecible y abundante de alimentos, sentando las bases para el
sostenimiento de una población urbana en crecimiento.
Los dos pilares de la dieta diaria mesopotámica eran el pan
(bapiru) y la cerveza, ambos elaborados a partir de la omnipresente cebada. La
cerveza no era simplemente una bebida recreativa; era un alimento espeso,
nutritivo y fundamental en la dieta, a menudo constituyendo la mayor parte de la
comida del mediodía. Existía incluso un producto híbrido conocido como "pan de
cerveza", que combinaba ambos elementos y se utilizaba para dar textura y
espesar los guisos.
Nuestra visión más clara de la cocina mesopotámica
proviene de un extraordinario conjunto de artefactos conocidos como las "Tablillas Culinarias
de Yale". Datadas alrededor del 1730 a.C., estas tablillas de arcilla contienen
las recetas escritas más antiguas conocidas por la humanidad, y revelan una
cocina sorprendentemente sofisticada, centrada principalmente en guisos y
caldos. Lejos de ser simples potajes de supervivencia, estas recetas detallan
preparaciones complejas y con múltiples ingredientes.
Un ejemplo notable es el
tu'hu, un guiso de cordero cuya receta indica dorar primero la carne y luego
cocinarla en un caldo de agua, sal y cerveza, sazonado con cebolla, rúcula,
cilantro, chalota y comino. Hacia el final de la cocción, se añadían puerro y
ajo machacados para intensificar el sabor, y remolacha para darle un vibrante
color rojo.
Otras recetas reconstruidas a partir de estas tablillas incluyen
un "guiso de cordero" descrito como "simple y delicioso", hecho con pasteles de
cebada, puerros y ajos. Otro plato, llamado "Caldo Elamita", originalmente
requería sangre de oveja, lo que demuestra un enfoque culinario que aprovechaba
todas las partes del animal, utilizando la sangre como emulsionante y agente
espesante. Este nivel de detalle y complejidad en las recetas indica que la
cocina mesopotámica había trascendido la mera necesidad. El acto de registrar
una receta por escrito implica la existencia de un conocimiento culinario
especializado, un deseo de estandarización y la elevación de la cocina de una
tarea doméstica a una forma de arte codificada. Estas tablillas no son solo
listas de ingredientes; son el nacimiento de la gastronomía como disciplina.
La cocina mesopotámica
se caracterizaba por una paleta de sabores robusta y deliberada. La base de
muchos platos la constituían los aliáceos: ajos, cebollas y puerros eran
omnipresentes. Sobre esta base se construían capas de sabor utilizando una
amplia gama de hierbas y especias. Textos cuneiformes acadios mencionan una
impresionante lista de condimentos, incluyendo comino, cilantro, casia, eneldo,
menta, anís, azafrán, mostaza y tomillo, lo que demuestra un profundo
conocimiento de la botánica local y, posiblemente, de productos obtenidos a
través del comercio. La sal no solo era el condimento principal, sino que
también poseía un valor simbólico, compartiéndose como señal de hospitalidad.
Para espesar y enriquecer las salsas, se utilizaban pistachos, añadiendo una
textura y un sabor únicos.
Para gestionar los excedentes agrícolas y garantizar el sustento
durante todo el año, los mesopotámicos desarrollaron métodos de conservación de
alimentos que sentarían las bases para futuras civilizaciones. Las técnicas más
comunes incluían el secado al sol, la salazón de carnes y pescados, y el
ahumado. Sin embargo, su contribución más notable fue la invención del
encurtido. Alrededor del año 2000 a.C., en el valle del Tigris, se originaron
los pepinillos encurtidos, conservados en una salmuera de agua y sal, una
técnica que aprovechaba la acidez para inhibir el crecimiento microbiano. La
fermentación también era una tecnología central, no solo para la producción de
cerveza y pan con levadura, sino también como método de conservación en sí
mismo. Estas innovaciones fueron cruciales para la seguridad alimentaria y el
desarrollo de sociedades complejas.
Ahora miremos algo de Egipto: La
civilización egipcia estaba intrínsecamente ligada al río Nilo; su existencia
misma dependía de él. Como nos contó Heródoto, "Egipto es un
don del Nilo". Todo el sistema alimentario egipcio estaba dictado por el ciclo
anual del río, dividido en tres estaciones: Akhet, la inundación (de junio a
septiembre); Peret, la siembra (de octubre a febrero); y Shemu, la cosecha (de
marzo a mayo). Cada año, la crecida depositaba una capa de limo negro fértil
sobre las riberas, transformando el desierto en tierra cultivable.
Esta
dependencia absoluta del río moldeó no solo su dieta, sino también su
cosmología, su religión y su concepto del orden universal, donde la agricultura
y la comida ocupaban un lugar central. Los tres elementos básicos: Pan, Cerveza
y Verduras Para todas las clases sociales, desde el faraón hasta el campesino,
los cimientos de la dieta egipcia eran el pan y la cerveza. Ambos se elaboraban
a partir de los principales cereales cultivados, la cebada y el trigo emmer.
La
importancia de estos alimentos era tal que se utilizaban como forma de pago para
los obreros que construyeron las grandes pirámides y templos. El pan egipcio era
muy variado: desde simples tortas planas sin levadura, horneadas sobre piedras
calientes, hasta panes más suaves y con levadura, cocidos en hornos de barro y
moldes de cerámica que les daban diversas formas, a veces incluso de figuras
humanas o animales. Un problema persistente era la contaminación de la harina
con arena y pequeñas partículas de piedra de los molinos manuales. Este pan
arenoso provocaba un desgaste dental severo, una afección documentada en el
estudio de numerosas momias egipcias.
La cerveza era la bebida nacional por
excelencia. Se trataba de un brebaje espeso y nutritivo, generalmente con bajo
contenido de alcohol, lo que permitía su consumo a lo largo de todo el día. Se
elaboraba remojando y fermentando panes de cebada en agua, un método de
producción que aún se utiliza en algunas partes de Egipto y Sudán. La dieta se
complementaba con una gran cantidad de verduras. Las cebollas, los ajos, los
puerros, las lentejas, las habas, los guisantes, la lechuga y los pepinos eran
alimentos básicos y constantes en la mesa egipcia.
Si bien la dieta común era sencilla y se basaba en productos
vegetales, la de la élite era mucho más rica y variada. La carne era un lujo,
consumida raramente por las clases populares, pero habitual en los banquetes de
los ricos. El pato o el ganso asado se consideraban un manjar especial, un plato
favorito de los faraones. El pescado del Nilo era una fuente de proteínas más
accesible para todos, aunque existían ciertos tabúes religiosos sobre el consumo
de algunas especies, como el pez oxirrinco, asociado al mito de Osiris. El
vino, elaborado con uvas cultivadas principalmente en el fértil delta del Nilo,
era otra prerrogativa de la élite y un elemento importante en los rituales
religiosos.
Las ánforas de vino se sellaban y etiquetaban con información sobre
la cosecha, la calidad y el viñedo de origen, de forma muy similar a las
botellas de vino modernas. En cuanto a los sabores, la gente común probablemente
utilizaba condimentos sencillos como la sal, el ajo y hierbas como el cilantro y
el comino. Los ricos, en cambio, tenían acceso a la miel como edulcorante para
pasteles y otros platos, y a veces adornaban sus comidas con plantas aromáticas
como los pétalos de rosa.
Los egipcios perfeccionaron las técnicas de conservación de alimentos,
impulsados no solo por la necesidad de almacenar las cosechas entre
inundaciones, sino también por una profunda creencia religiosa: la necesidad de
proveer al difunto en el más allá. Las tumbas de nobles y faraones se
aprovisionaban con una increíble variedad de alimentos conservados, como carne
salada, pescado seco, aves asadas, panes, pasteles, frutas secas y jarras
selladas de vino y cerveza, destinados a alimentar el ka (la fuerza vital) del
difunto por toda la eternidad. Esta motivación teológica elevó la conservación
de alimentos de una habilidad práctica a un arte sagrado. Las mismas técnicas
utilizadas para abastecer la despensa para la estación seca se aplicaban para
aprovisionar la tumba para la eternidad.
Ese enfoque perfeccionó sus
métodos principales de conservación, como fueron el secado y la salazón.
El secado era el método más común, y básicamente era el secado al sol. El pescado se abría,
a veces se salaba ligeramente, y se colgaba en cuerdas para que se secara.
Frutas como los higos, los dátiles y las uvas también se secaban para su
almacenamiento a largo plazo.
La salazón, era el otro método, en la que la sal se utilizaba abundantemente para
conservar tanto el pescado como la carne. La carne podía frotarse con sal seca o
sumergirse en una salmuera fuerte dentro de jarras de cerámica que luego se
sellaban.
También conocían el ahumado, entonces, la carne y el pescado también se ahumaban sobre fuegos de
leña, un proceso que deshidrataba los alimentos, les confería un sabor
distintivo y ayudaba a repeler insectos. Otro método fué el de la conservación en grasa o miel, por ejemplo, las
aves de corral a veces se cocinaban y se sumergían en su propia grasa dentro de
grandes recipientes para conservarlas. La miel, con sus propiedades
antibacterianas naturales, se utilizaba para preservar frutas y otros manjares
delicados.
La despensa egipcia y la tumba egipcia se convierten así en dos
caras de la misma moneda, ambas reflejando un profundo impulso cultural por
vencer el tiempo y la descomposición, asegurando el sustento tanto para la vida
terrenal como para la eterna.
Sigamos con Grecia: La dieta de la Grecia Clásica y
Helenística estaba fundamentalmente moldeada por su geografía y clima
mediterráneos. Su gastronomía se asentaba sobre la llamada "tríada
mediterránea": el olivo, para la producción de aceite; la vid, para el vino; y
los cereales. De estos últimos, la cebada era más común y resistente que el
trigo. Se tostaba y molía para elaborar la maza, una especie de torta plana o
gacha que constituía el alimento básico para la mayoría de la población. El pan
de trigo, más refinado, era considerado un lujo. El aceite de oliva era el pilar
de la vida griega; no solo era la principal grasa para cocinar, sino que también
se usaba como combustible para lámparas, como ungüento para el cuerpo y era un
producto de exportación clave.
La dieta diaria del ciudadano griego medio era
notablemente frugal, moderada y en gran parte vegetariana. Una comida típica
consistía en maza, aceitunas, higos, queso de cabra o de oveja, y verduras
como lentejas, habas, cebollas y coles. La carne era cara y su consumo se
reservaba principalmente para las fiestas religiosas, donde se distribuía a la
comunidad tras el sacrificio de un animal a los dioses, o para las mesas de los
más ricos.
En contraste, el pescado y el marisco eran una fuente de proteínas
fundamental, especialmente en las zonas costeras. Las sardinas y las anchoas, a
menudo saladas, eran parte de la dieta habitual de los atenienses, mientras que
pescados más grandes como el atún o las anguilas eran más costosos. El ámbito
de la alta cocina era el symposion (simposio), un banquete formal y ritualizado
exclusivo para hombres de la élite. En estos eventos, los invitados se
reclinaban en divanes, bebían vino (que, por costumbre, siempre se mezclaba con
agua) y se dedicaban a la conversación filosófica, la poesía y el
entretenimiento. Aquí se servían platos más elaborados, incluyendo carnes asadas
y pescados finos. La estructura de las comidas diarias consistía en un desayuno
ligero (akratisma), a menudo pan mojado en vino puro; un almuerzo sencillo; y
la cena, que era la comida principal del día y se tomaba al atardecer.
La
comida era un potente marcador de identidad y civilización. Para los griegos,
ser "civilizado" significaba basar la dieta en la tríada mediterránea.
Consideraban que las dietas de los pueblos "bárbaros", como los escitas o los
tracios, basadas en el consumo de grandes cantidades de carne y leche sin
procesar, eran primitivas. El acto de mezclar el vino con agua era otro
significante cultural crucial; beberlo puro se consideraba una costumbre bárbara
e incivilizada. Por lo tanto, la simple maza y el vino aguado no eran solo
sustento, sino símbolos cotidianos de la identidad y la superioridad cultural
helénica.
La cocina
griega priorizaba la calidad y la frescura de los ingredientes locales sobre la
complejidad de las especias importadas. Su paleta de sabores era directa y
aromática. El aceite de oliva era la base de casi todas las preparaciones,
aportando sabor y riqueza. Las hierbas aromáticas se utilizaban con profusión.
El orégano era la especia griega por excelencia, presente en innumerables
platos. La menta, el tomillo, el eneldo, el azafrán y el cilantro también eran
muy populares. Un rasgo característico del perfil de sabor griego era el
equilibrio entre lo dulce y lo ácido, que se lograba combinando la miel, su
principal edulcorante, con el vinagre. El ajo y la cebolla, al igual que en
otras culturas antiguas, eran fundamentales para construir la base de sabor de
muchos guisos y preparaciones.
Las técnicas de conservación griegas estaban perfectamente
adaptadas a su dieta y a su entorno, y utilizaba la salazón, el secado al sol, la creación de encurtidos y la salmuera como proncipales técnicas.
La salazón era el método más importante
para conservar el abundante pescado capturado. El pescado salado podía
almacenarse durante largos periodos y transportarse hacia el interior, donde el
pescado fresco no estaba disponible.
El Secado se utilizaba con las frutas, especialmente los
higos y las uvas (para hacer pasas), las cuales se secaban al sol. Estos productos eran una
fuente vital de energía y dulzor, sobre todo durante los meses de invierno.
El encurtido y la salmuera, se utilizaban para procesar las aceitunas, que son amargas e incomestibles
directamente del árbol, y por tanto, debían ser procesadas. El método más común era curarlas
en una salmuera de agua y sal, lo que las hacía palatables y las conservaba.
Algunas verduras también se conservaban en vinagre.
También utilizatron la conservación en Miel: La miel, un producto valioso, se usaba para conservar frutas
como los membrillos, cocinándolos en ella.
Finalmente Roma: La
historia de la dieta romana es un reflejo directo de la transformación de Roma
de una austera república de agricultores a un opulento imperio global. En los
primeros tiempos de la República, el alimento básico era la puls, una sencilla
pero nutritiva gacha de farro o trigo, complementada con verduras, queso de
oveja y aceitunas. La dieta era frugal y se basaba en gran medida en productos
vegetales. Con la expansión territorial, una inmensa riqueza y un flujo
constante de nuevos ingredientes e influencias culinarias, especialmente de
Grecia, inundaron la capital.
La era imperial se hizo famosa por sus banquetes
extravagantes, eventos en los que la élite exhibía su estatus y riqueza a través
de la comida. Estos festines contaban con múltiples platos, ingredientes
exóticos traídos de los confines del imperio —como pavos reales, flamencos y
ostras de Britania— y presentaciones teatrales diseñadas para asombrar a los
invitados.
Mientras tanto, para la plebe urbana, la dieta seguía siendo
modesta. Su sustento dependía en gran medida de la annona, la distribución de
grano subvencionada por el Estado. Comían pan barato, potajes de legumbres y,
ocasionalmente, algo de carne de cerdo (la más consumida) o pescado salado.
Muchos habitantes de las superpobladas insulae (bloques de apartamentos) no
tenían cocinas, por lo que dependían de tabernas (popinae) y puestos de comida
caliente (thermopolia) para sus comidas diarias.
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El sistema alimentario romano
representa el primer ejemplo de globalización culinaria en el mundo antiguo.
Mientras que otras culturas dependían principalmente de los recursos locales, la
élite romana exigía una dieta explícitamente no local. Una cena aristocrática
podía incluir jamón de la Galia, vino de Hispania, aceite de África, dátiles de
Egipto y, sobre todo, pimienta de la India.
Esto fue posible gracias a una
compleja red logística de calzadas, puertos y flotas comerciales, todo ello
protegido por el poder militar romano. Las factorías de garum en Hispania, los
barcos cargados de grano de Egipto y las caravanas de especias de Oriente eran
engranajes de esta inmensa maquinaria. Por lo tanto, comer estos lujos
importados era una forma de consumir el propio imperio, reafirmando la posición
de Roma como el centro del mundo conocido.
Quiero recordar aquí algo romano por excelencia: El Garum. El condimento que definió la cocina romana fue el garum (o liquamen),
una salsa de pescado fermentado que aportaba un intenso sabor salado y umami. Su
uso era casi universal, encontrándose en recetas que iban desde aperitivos y
platos de carne hasta verduras, y a menudo sustituía por completo a la sal.
La
producción de garum era un proceso industrial, no doméstico, concentrado en
factorías costeras, especialmente en las provincias de la Bética (sur de España)
y el norte de África. El proceso comenzaba colocando en grandes cubas las
vísceras, la sangre y otras partes de pescados como el atún o la caballa, junto
con pescados pequeños enteros como sardinas y boquerones. Esta mezcla se cubría
con grandes cantidades de sal y se dejaba fermentar al sol durante varios meses.
Las enzimas naturales de las vísceras del pescado descomponían las proteínas,
creando un líquido oscuro, aromático y rico en sabor.
Existían diferentes
calidades. El líquido más puro y claro que se extraía primero era el garum de
mayor calidad. Una versión más común, elaborada con el pescado entero, era el
liquamen. La pasta sólida sobrante, llamada allec, era un subproducto barato
consumido por los pobres. La variedad más prestigiosa era el garum sociorum,
elaborado con caballa en las costas de Cartagena, en Hispania. La versatilidad
del garum era asombrosa; podía mezclarse con vino para crear oenogarum, con
vinagre para oxygarum, o con miel, dando lugar a una amplia gama de salsas
complejas que demuestran su papel central en la alta cocina romana.
Los romanos utilizaban
hierbas mediterráneas locales como el apio de monte (ligústico), la ajedrea, la
menta, el cilantro y el hinojo. Sin embargo, lo que verdaderamente distinguía la
cocina de la élite era el uso pródigo de costosas especias importadas. La
pimienta negra de la India era la especia más codiciada y un símbolo de estatus
inequívoco. El jengibre, el clavo y la canela también llegaban a las cocinas
romanas a través de las rutas comerciales de larga distancia. Una planta ahora
extinta llamada silfio, que crecía únicamente en la costa de la actual Libia,
era tan apreciada por su sabor que fue recolectada hasta su desaparición en el
siglo I d.C..
Alimentar a la gigantesca población de la ciudad de
Roma y a sus legiones desplegadas por todo el imperio requería el sistema de
conservación de alimentos más avanzado y diversificado del mundo antiguo.
Salazón y curado, fundamental para la carne. El cerdo se transformaba en jamones
y embutidos (botuli), que eran básicos para el avituallamiento del ejército. El encurtido para verduras, aceitunas e incluso algunas carnes y pescados. a conservación en Aceite o Miel, en la que los
alimentos se sumergían en aceite de oliva o miel para crear un sello anaeróbico
que los protegía de la descomposición. Este método se aplicaba a quesos,
legumbres, frutas y pescados.
El ahumado, se usaba en carnes, pescados y quesos se ahumaban
tanto para su conservación como para añadirles sabor. También se usaban los envases sellados, en los cuales utilizaban ánforas y otros recipientes de cerámica, sellados
herméticamente con pez o yeso, para almacenar y transportar a larga distancia
productos como vino, aceite, aceitunas y frutas en conserva.
Hemos
visto cómo la agricultura de cereales formó la base de todas estas
civilizaciones, aunque la elección entre la cebada y el trigo, y la preferencia
cultural por la cerveza o el vino, trazaron líneas divisorias claras. Es interesante ver cómo ocurre una especie de evolución desde dietas de simple subsistencia, como la puls de la Roma
republicana, hasta gastronomías de una complejidad asombrosa, como los guisos de
las tablillas de Yale o los banquetes imperiales romanos.
En cada cultura, la
necesidad de preservar los alimentos impulsó la innovación tecnológica, desde el
encurtido mesopotámico y la conservación funeraria egipcia hasta el sistema de
abastecimiento industrial del Imperio Romano. El legado de estas antiguas cocinas es inmenso y
perdura hasta nuestros días. La invención de la cerveza en Mesopotamia, el uso
de la levadura para el pan en Egipto, la tríada mediterránea de aceite de oliva,
vino y pan de Grecia, y el amor romano por las carnes curadas y las salsas
complejas han dejado una marca indeleble en la gastronomía mundial. La búsqueda
del sabor umami, perfeccionada en el garum romano, continúa hoy en las cocinas
de todo el mundo. La mesa antigua, lejos de ser una reliquia del pasado, es el
fundamento sobre el que se construye la nuestra.
Y entonces ¿Te atreverías con el garum como sazonador? ¿o tal vez probar el puls o los potajes de cebada? Serí muy interesante... Si lo pruebas, por favor cuéntame,
Chau, hasta la próxima






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